miércoles, 8 de junio de 2011

MALA MEMORIA




Transcurría el verano pasado, Roberto empezó las pruebas de selección en el Puerto Malagueño, para el puesto que aspiraba había dos jugadores más. Koke un chico muy habilidoso, técnicamente muy bueno, aunque físicamente menos fuerte y Carlos bajito, delgadito, en fin poquita cosa. 

Todo mi afán era que mi hijo se quedara en el equipo. Transcurrieron las semanas y fueron admitidos los dos jugadores –que ya pertenecían al club- y Roberto también, el total de jugadores admitidos fue de 23 .Aunque para cada convocatoria del partido irían solo 16 de ellos. La causa de los descartes, unas veces por falta en los entrenamientos otras por poner una rotación entre los jugadores, mentira, como todos, el “mister” cuenta siempre con los  insustituibles y los descartes son con el resto.
Comenzada la temporada a Carlos, empezó a no convocarlo y ya iban tres partidos sin hacerlo, recuerdo que me alegré enormemente que Roberto se hubiera ganado el puesto, sin pensar por cierto en compadecerme de Carlitos y sin recordar que a mí me había sucedido algo parecido cuando tenía 12 años. Sí, siempre se prescinde del más débil, eso es así, en mi caso el profesor de educación física Don Antonio como antes se llamaban a los profesores –ni se nos ocurría tutearlos como hoy en día se hace- formó por orden de la dirección del colegio, equipos en distintos deportes para competir en una liguilla de varios colegios.
Con un metro y treinta centímetros y casi cuarenta kilos de peso no podía optar al baloncesto al que tenía mucha afición, me acuerdo de jugadores como Carmelo Cabrera, Rullán, Walter y tantos otros, esa afición me hizo hincha del R. Madrid de Baloncesto por entonces.
Al futbol o futbito por aquellos años solo lo podía jugar en la calle con los hermanos Viñolo que fueron mis iniciadores en la calle Silencio. En el colegio no se jugaba, al profesor solo le gustaba  baloncesto y balonmano, y a falta de talla opté por el segundo.
Compañeros de mi clase y de otras clases del mismo curso fueron admitidos en el equipo, a mí -como a Carlos, como más tarde pude comprobar- fui admitido con vistas a que  me aburriese.
En los entrenamientos yo notaba mi inferioridad ante niños como Armando, Jiménez y Alarcón, me faltaba fuerza para los tiros a puerta, altura para las paredes defensivas, no alcanzaba la velocidad adecuada, aún así intentaba con más voluntad que acierto cumplir con el entrenamiento.
Llegó el primer partido. Días antes no me faltaba ilusión, fue con el colegio Alfonso X, cercano a la universidad laboral de Málaga. Nuestra indumentaria al contrario que la de ellos era pantalón azul de deporte y camiseta ferrys –si, camiseta de interior- con el número cosido a la espalda. El otro equipo lucía equipación reluciente propia de un colegio de pago.
No entré en el equipo titular, era de esperar. Pensé -bueno es normal hay niños mejores que yo, más tarde saldré- En el banquillo durante el partido, en el que nos golearon de lo lindo, mis acompañantes sentados a mí lado, si fueron saliendo a sustituir a otros jugadores, yo sin embargo ni siquiera cuando la diferencia superaba los 15 goles se le ocurrió a Don Antonio hacerme entrar y pisar el campo de juego. Cuando terminó el partido me sentí el niño más infeliz y desgraciado del mundo.
Posiblemente todo hubiera sido diferente en los años venideros si hubiera podido jugar un minuto de ese partido, o tal vez antes de aceptarme en el equipo, me hubieran dado razones convincentes para no hacerlo. Sí, consiguieron que me aburriera.
A partir de ese momento creo que empezó un declive en mi adolescencia, del que me costó sudores superar, espero y deseo que a Carlos no le haya ocurrido lo mismo. El género humano no suele ser compasivo con los más débiles.

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