En el probador de su dormitorio tenía un armario donde guardaba los trajes. Traje de humildad, generosidad, templanza, diligencia…
Se los ponía según las necesidades del día. En ocasiones en una misma jornada se cambiaba varias veces para ir capeando los errores de la vida.
A menudo, cuando llevaba el de serenidad saltaban los celos y necesitaba el de confianza, o cuando llevaba puesto el de humildad necesitaba el del amor porque aparecía el odio… En la mayoría de las ocasiones no acertaba cual ponerse al inicio del día.
Con el paso del tiempo llegó a confeccionar un traje de fragmentos, con la cantidad que sabía que necesitaba de cada uno de ellos y así poder utilizar un poco de todos al mismo tiempo.
Había descubierto su personalidad.