Apareció en
medio de la calle descalza con el sujetador en la mano y unas llaves
ensangrentadas. Todo su cuerpo estaba salpicado de rojo. Los viandantes se
acercaron para comprobar su estado. Con su mirada vacía no dejaba de negar con
la cabeza. A pasos cortos intentaba cruzar la calle. Le seguía goteando el
fluido rojo de la mano.
La gente se agolpaba y se preguntaban si la conocían.
Unos decían “es la chica del 5º A”, otros “vive en el ático B”. Y ella seguía
negando con la cabeza. Un avispado transeúnte le pasaba la mano delante de los
ojos, como para que despertara de su letargo. Ella obnubilada se apoyaba en un
chico joven con un tatuaje de un ave fénix en el brazo derecho que le prestó
ayuda. Se llamó a la policía.
Mientras
tanto se interceptó, cuando sacaba la basura, al portero del bloque de donde
presumiblemente había salido la zombi. No la había visto en su vida. Quizá en
el bloque contiguo supieran de ella. Nada de nada. La gente extrañada
murmuraba. A todo esto la chica seguía muda y atónita…
En el mismo
momento que llegó la policía se vio a un sujeto saltando de un balcón a otro en
un edificio de apartamentos justo en enfrente. El sargento dio orden a sus
agentes para detenerlo, aunque no fue necesario. El individuo resbaló del
balcón, con la buena fortuna de rebotar en el toldo del Mc Donalds de la
esquina. El sospechoso, así calificado por los asistentes, habiéndose incorporado
de la caída, se apresuró todo lo rápido que los agentes se lo permitieron hacia
el lugar donde estaba la muchacha y toda la congregación.
El joven
tendría alrededor de 25 años, de buena planta y bien guapote, complexión fuerte
aunque no muy alto, se diría que fuera
hermano de Leonardo di Caprio por su gran parecido. La explicación que dio al
oficial de policía fue la siguiente:
Mi nombre es
Giovanni Esposito, soy italiano aunque llevo más de cinco años en este país. Me
disponía a darme una ducha. Hacía unos treinta minutos que había llegado al
apartamento. Mi novia Sheila Lemery, británica de nacimiento, aunque afincada
en esta ciudad desde los diez. Me había adelantado una sorpresa para la cena de
aniversario. La cocina no es lo suyo, como podrán comprobar por lo que les
voy a contar, y yo como buen italiano
muy acostumbrado a que la “mamma” me atiborre en abundancia y con buena comida.
La pobre
Sheila no me permitió cuando llegué entrar en la cocina: “es una sorpresa” me
dijo. “Métete en la ducha yo voy en un momento”, cosa que hice. Intuyo
ahora, que ella se debía estar desnudando en la cocina, por la prenda que lleva
en la mano… Logré oír el pshhhhh de lo que parecía una olla a presión cuando
pasé cerca de la cocina, sería nueva, pues no teníamos ninguna. El caso es que
no tardó ni un minuto en oírse lo que pareció ser una pequeña detonación; con
el sonido del agua de la ducha, la mampara y la puerta cerrada del baño, no me
pareció muy cercana. Alertado de que Sheila no venía y habiéndola llamado
varias veces sin obtener respuesta, me dispuse a salir a toda prisa, y cuál fue
mi sorpresa… toda la cocina estaba empellada de tomate frito que seguramente
había puesto a cocinar en la olla exprés, supongo que a una temperatura y
tiempo inusual, ¡pobre Sheila, quería hacer méritos!, me estaba preparando unos
spaghettis con tomate y este lo estaba preparando a presión, “grande errore, mamma
mia”. Después del estallido quedaría en tal “shock” que lo primero que se le vino a la cabeza
fue salir huyendo, no sin antes cerrar
la puerta con llave, esas mismas llaves que tiene en la mano llena de tomate y
que me impidió salir por la puerta.
Al acabarse
lo que se daba, la gente allí agolpada, empezó a abandonar el escenario del
“crimen”. El sargento después de haber aceptado del joven, las explicaciones
pertinentes y dado que la muchacha había recuperado la visión de la realidad y
corroborado la versión de su novio, el sargento explicó a la chica las bondades
de las ollas convencionales y los beneficios del tomate frito precocinado de
los supermercados.
Hola, Pepe:
ResponderEliminarMe preparaba para irme a dormir (que ya es hora;) y he pasado muy buen rato leyendo tu historia. Jejeje, que traicionero puede ser el tomate si uno no se fija bien y se deja llevar por los malos pensamientos. Desde luego, pobre chica, ¡a quién se le ocurre cocinar pasta en una olla, puuuaggg!! :D Y encima, con un novio italiano, ¡mama mía! Mejor le hubiera ido con un simple y sencillo sandwich ;))
Un fuerte abrazo, Pepe.