Sus paseos eran matutinos o
vespertinos, siempre muy temprano casi antes de amanecer o muy entrada la tarde
cuando el sol se había puesto. Andando por calles que sabía estaban menos
transitadas, para no encontrarse con algún “amigo” o “conocido” o “familiar”.
Al girar cualquier esquina comprobaba si a lo largo de la calle había algún
conocido y así poder reaccionar a tiempo volviendo sobre sus pasos, y cuando
era irremediable el encuentro, cruzaba a
la otra acera para hacerlo lo más breve posible, como con prisas.
Los paseos por el campo en los que sabía que no
podía encontrar a nadie que conociera eran con los que más disfrutaba. Sentía
un suplicio los que por obligación de hacer personalmente algún recado o
encargo debía recorrer las calles del pueblo y encontrarse con conocidos.
Sorteaba cruces, se escondía en
soportales, se amarraba los cordones de los zapatos para parecer invisible a
sus miradas. Llegaba a ocultarse detrás de contenedores de basuras o furgonetas
de reparto o camiones oportunamente aparcados. La gente no era lo que le
molestaba, que esa gente fuera conocida era lo que le indisponía. No le gustaba
su forma de actuar. Sin embargo era inevitable. Su instinto le hacía reaccionar
así. Conocía la forma de caminar, la figura, incluso el ropaje de cualquiera de
sus conocidos para poder distinguirlos en cualquier momento. Los podía
reconocer incluso por la espalda.
No había necesidad de tener que
hablar con nadie. Con lo placentero que es adentrarse en sus propios
pensamientos. Sabía que el mundo no era él solo, aunque bien podría haber sido
así. Pensaba en ocasiones que podría estar enfermo, pero ¿Qué solución le
podría dar? visitar a un vampiro de
sentimientos como llamaba a psiquiatras y psicólogos. Intrusos de
pacotilla, se inmiscuían en la vida privada de los demás. No estaba dispuesto
en absoluto a soltarles un céntimo a esos señores para contarles sus
interioridades. ¡Faltaría más!
Aunque pensándolo mejor, ¿Tan
malo era no querer relacionarse con los demás?¿No querer tener conversaciones
intranscendentes, insignificantes con la mayoría de sus vecinos o familiares?
En el fondo se sentía superior a ellos. Los consideraba unos ignorantes sin
remedio. No, no debía transigir en su postura. Es más, aumentaría el grado de
efectividad en sus salidas. Debía hacerlas de madrugada; las compras urgentes
en las gasolineras, y cualquier gestión la efectuaría en internet. Su trabajo de traductor de textos medicinales
era ideal para hacerlo en casa. Se los enviaban todo vía correo electrónico. Y
él lo devolvía por la misma vía. El pago directamente a su cuenta bancaria. Le
traerían la compra desde el supermercado.
No debía dejar indicios de que
se encontraba en casa; ventanas lo más cerradas posible; el timbre de la puerta
de entrada desconectado. No necesitaba a nadie, no lo había hecho desde
entonces, menos de ahora en adelante. Le
había declarado la guerra a la sociedad. Para él no merecía la pena.
Entró en su cocina y abriendo
el frigorífico cogió una San Miguel bien fría y canturreo hacia sus adentros
una canción que le hubiera gustado poder bailar:
“Billie Jean is not my lover /She’s just a girl who claims that I am the one /But the kid is not my son/ She says I am the one, but the kid is not my son... “
Resonaban todavía en sus oídos las carcajadas de sus compañeros de 8º cuando intentando emular a Michael Jackson lo ridiculizaron y se burlaron de él ante todos los asistentes a la fiesta de fin de curso de ese año.
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