Había una vez una joven
muy bella que no tenía padres sino madrastra, una encantadora viuda con sus
dos hijas la cual más fea aunque muy hacendosas y poco dadas al chismorreo.
Un día su madrastra
mandó a Caperucienta a que llevase unos pasteles a la casa de su abuelastra que
vivía al otro lado del bosque, recomendándole que tuviera cuidado pues había
gente poco recomendable por allá.
La joven tenía que
atravesar el bosque para llegar a su destino, pero no le daba miedo porque allí
siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, okupas,
gente de botellón...
De repente vio al lobo,
que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?-
le preguntó con su voz ronca.
Era el hada madrina,
convertida en lobo feroz, esta le aconsejó a Caperucienta, que en vez de ir a
la casa de la anciana, fuese a una fiesta de disfraces que el rey celebraba en
palacio.
Caperucienta se
preocupó por no tener nada que ponerse.
- No te preocupes
-exclamó el lobo-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición, que
cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que salir echando
leches. Y tocándola con su cola la transformó en una top model vestida con un traje
rojo de Dior con botines a juego y capa, capucha y antifaz del mismo color.
-Que se jodan mi
madrasta, hermanastras y mi abuelastra, ¡me voy a la fiesta!
La llegada de
Caperucienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile,
el Rey quedó tan prendado del tipazo de la recién llegada que bailó con ella
toda la fiesta.
El rey le preguntó a
Caperucienta:
-¿Qué ojos tan grandes
tienes?-ella contestó.
- Son para veros mejor
mi bello rey
-¿Qué orejitas tan bien
puestas tienes?
- Son para oír mejor
vuestra bonita voz, mi bello rey.
-¿Qué boca y labios tan
sensuales tienes?, y ella dirigiendo su mirada picarona a la entrepierna del
rey le dijo:
- Son para c… mejor mi
bello rey.
De pronto las campanas
tocaron las doce y Caperucienta salió corriendo de tal manera que en la carrera
perdió un zapato de plataforma.
Huyó hacia la casa de
su abuelastra pues debía hacer el encargo de su madrastra. Cuando abrió la
puerta se encontró al lobo-hada en la cama con el cazador fumándose un
cigarrillo después de haber retozado con él. Y con la abuelita amordazada
sentada y forzada a mirar las escenas de cama del lobo y el cazador.
En eso que llegó el rey
con su séquito intentando encontrar a la joven que le había robado el corazón. Llevaba
como prueba el zapato olvidado. Al
entrar se dio cuenta de la situación en la que se encontraba la anciana, y al
desatarla sintió una atracción irrefrenable ante el bello rostro que tenía
delante. De esta manera se cumplió el conjuro de amor que le había impuesto el
lobo a esta: el que la libere se quedaría perdidamente enamorado ella; dando
como resultado la fuga de los dos en la carroza real. El rey tiró el zapato por
la ventana.
Caperucienta triste y
desolada se lamentó de su mala suerte por no haber podido aprovechar lo buen partido
que era el rey y acabó enrollándose con el cazador. A fin de cuentas lo que
ella necesitaba era llenar un hueco y para esto el cazador parece que se las pintaba
bien.
Al hada madrina la
despiden del país de las hadas por suplantación de personalidad y por haber embrollado
los dos cuentos.
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