miércoles, 10 de septiembre de 2014

CAPERUCIENTA ROJA

Había una vez una joven muy bella que no tenía padres sino madrastra, una encantadora viuda con sus dos hijas la cual más fea aunque muy hacendosas y poco dadas al chismorreo.
Un día su madrastra mandó a Caperucienta a que llevase unos pasteles a la casa de su abuelastra que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que tuviera cuidado pues había gente poco recomendable por allá.
La joven tenía que atravesar el bosque para llegar a su destino, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, okupas, gente de botellón...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó con su voz ronca.
Era el hada madrina, convertida en lobo feroz, esta le aconsejó a Caperucienta, que en vez de ir a la casa de la anciana, fuese a una fiesta de disfraces que el rey celebraba en palacio.
Caperucienta se preocupó por no tener nada que ponerse.
- No te preocupes -exclamó el lobo-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición, que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que salir echando leches. Y tocándola con su cola la transformó en una top model vestida con un traje rojo de Dior con botines a juego y capa, capucha y antifaz del mismo color.
-Que se jodan mi madrasta, hermanastras y mi abuelastra, ¡me voy a la fiesta!
La llegada de Caperucienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Rey quedó tan prendado del tipazo de la recién llegada que bailó con ella toda la fiesta.
El rey le preguntó a Caperucienta:
-¿Qué ojos tan grandes tienes?-ella contestó.
- Son para veros mejor mi bello rey
-¿Qué orejitas tan bien puestas tienes?
- Son para oír mejor vuestra bonita voz, mi bello rey.
-¿Qué boca y labios tan sensuales tienes?, y ella dirigiendo su mirada picarona a la entrepierna del rey le dijo:
- Son para c… mejor mi bello rey.
De pronto las campanas tocaron las doce y Caperucienta salió corriendo de tal manera que en la carrera perdió un zapato de plataforma.
Huyó hacia la casa de su abuelastra pues debía hacer el encargo de su madrastra. Cuando abrió la puerta se encontró al lobo-hada en la cama con el cazador fumándose un cigarrillo después de haber retozado con él. Y con la abuelita amordazada sentada y forzada a mirar las escenas de cama del lobo y el cazador.
En eso que llegó el rey con su séquito intentando encontrar a la joven que le había robado el corazón. Llevaba como prueba el zapato olvidado.  Al entrar se dio cuenta de la situación en la que se encontraba la anciana, y al desatarla sintió una atracción irrefrenable ante el bello rostro que tenía delante. De esta manera se cumplió el conjuro de amor que le había impuesto el lobo a esta: el que la libere se quedaría perdidamente enamorado ella; dando como resultado la fuga de los dos en la carroza real. El rey tiró el zapato por la ventana.
Caperucienta triste y desolada se lamentó de su mala suerte por no haber podido aprovechar lo buen partido que era el rey y acabó enrollándose con el cazador. A fin de cuentas lo que ella necesitaba era llenar un hueco y para esto el cazador parece que se las pintaba bien.

Al hada madrina la despiden del país de las hadas por suplantación de personalidad y por haber embrollado los dos cuentos.

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