Llevaba
varios días habitando el nuevo apartamento que me había asignado la empresa
constructora para la que trabajaba en aquellos días, al igual que a otros
ingenieros y directivos y según sus necesidades familiares. En mi caso, soltero
empedernido, recién empleado, me tocó en suerte un pequeño ático con vistas al
puerto de Málaga, lugar donde habría de trabajar durante al menos dos años,
ayudando en la construcción de un nuevo dique en el muelle.
El
ático estaba totalmente equipado para mis necesidades, una bonita habitación
con cama de matrimonio. Saloncito con varias estanterías donde pondría mis
numerosos libros que siempre viajaban conmigo. Cocina bien provista para
adentrarme en mis dotes culinarias en las que me desenvolvía con soltura. Y sus
vistas, excelentes, se veía el Mar, necesitaba ver Mar y no se ve mejor Mar que
en Málaga en un amanecer.
En
aquellos días me sentía dichoso y satisfecho con mi trabajo y mi vida…
El
soniquete de haber recibido un correo electrónico interrumpió mi ya subida
autoestima. Era un correo electrónico enviado por una cuenta de Hotmail a mi
dirección privada. Adjuntaba un archivo de imagen.
El archivo escaneado era una carta
manuscrita en papel verdugado beige y decía lo siguiente:
Ayer al despertar
me encontré con tus recuerdos. Como un manantial hiriente rezumó con fría
crueldad y me han vuelto a dañar como entonces. Recordé que me prometiste cosas
imposibles y yo te creí, que me traerías la luna en bandeja de plata, que
harías un manto de estrellas y me lo regalarías, que recogerías todas las
lágrimas del mundo en una sola gota para mí, y que la noche y el día se
fundirían en uno solo cuando conocieran nuestro amor.
Me prometiste
también cosas muy difíciles de conseguir: Hielo del Everest, Zapatos de piel de
armadillo del Orinoco, un abrigo con lana de llama de los andes. Más nada de
eso tuve.
No te importaba mi
aspecto físico, que mi rostro no fuera agradable de contemplar. Pronto
olvidaste las promesas que me hiciste. Los peces de colores, las ranas, los
pájaros apoyados en el ciprés al lado del estanque de mi casa fueron testigos
de tus palabras. Mas no tardaste mucho
en reemplazarme. En tu costado apoya ahora otra cabeza. Tus ojos los miran
otros ojos. Son otras manos las que acarician tu cabello.
Mi madre me dijo
que no fuera contigo ni ayer ni hoy ni nunca, mas yo no hice caso. Y me he
convertido en una sombra de lo que fui a tu lado. He sido una víctima de tu
farsa ofrenda. Me has quitado la luna, el sol y las estrellas, las gotas de
rocío, la claridad del día y el dulce encanto de la mañana. Ahora no sé quién
soy, ya no creo en nada ni nadie y lo peor de todo me has despojado de Dios.
Ayer al despertar
me encontré con tus recuerdos, ayer me acordé de ti.
Paula
Era
la carta más rara y triste que había leído en mi vida, cuando terminé fue un
chaparrón de tristeza, congoja, pena y amargura el que me invadió, recordé que
en varias ocasiones yo había actuado de la misma forma que el amante de la
desdichada autora de la carta. Pasé toda la mañana intentado recordar cuál de
mis numerosas conquistas y posteriores rupturas habría podido producir una
reacción tan grave y no logré recordar ninguna. Había tenido varias relaciones
sentimentales pero no llegaba a recordar haberme sentido tan mal como al leer
aquella carta, quizá por mi egocentrismo, no había llegado a ponerme al lado de
la otra persona como aquella tarde. Me invadió una profunda empatía que me hizo
quedar abstraído, con mirada puesta en la lejanía pero con vistas a mi interior
más profundo.
La
melodía de mi teléfono, me alejó del desconcierto. Contesté con un Javier
Romero dígame.
Al
otro lado la voz de una mujer con voz nerviosa y agitada, casi inaudible al
principio. Su nombre era Paula de Olavide y llamaba para disculparse. Por error
me había enviado, en lugar de la invitación para la cena de presentación de los
nuevos empleados de la empresa; una carta que había escrito para un curso de
escritura creativa en la que estaba inscrita. Lo había enviado desde su correo
particular porque se había llevado trabajo a casa, decía no soler hacerlo y que
perdonara su torpeza. Y que por favor no le dijera nada a sus jefes.
Esta
inaparente carta tuvo una finalidad en mi vida. Romper con mi pasado. Fue Paula
sin saberlo la que me hizo plantearme asuntos que hasta entonces creía
imposible, por mi forma de comportarme hasta entonces.
Es
extraño una carta de desamor, hizo que me uniera a la mujer de mi vida. Sí,
Paula de Olavide, ella misma. Dios, la suerte, la fortuna nos ha unido. Jamás
sería capaz de prometerle algo y no cumplirlo. Y espero que los recuerdos al
despertarse que tenga de mí del día de ayer, solo sean afectuosos, cariñosos y amorosos.
Llevamos casi una década, felizmente juntos y jamás he encontrado ningún
indicio de que le atrajera lo más mínimo la escritura creativa.
La correspondencia da mucho de sí. Esa carta me suena a real, y enviada por equivocación... tal vez.
ResponderEliminarEl caso es que sirvió para avivar sentimientos de complicidad y poder llegar a Paula, que lógicamente no tiene actitudes literarias.
Felicidades, Javier!