domingo, 4 de septiembre de 2011

LA BÚSQUEDA


Lo conocí a punto de cumplir  trece años. Gunnar me recogió del suelo con sus grandes brazos cuando me estampé contra su fachada una tarde en la que intentaba emular a  Perico Delgado.  La calle formaba una pendiente acusada y al final, en la misma curva me atraganté con una de sus macetas de geranios. Salió apresurado a desanudar el embrollo de piernas y bicicleta que se había formado. Ya rescatado en su casa, apareció su mujer con una caja que contenía material sanitario. Eva, así se llamaba, me levantó suavemente la pierna derecha para lavar la rodilla maltrecha con agua oxigenada. Ante ella  no sentía dolor.
Con gasas y mercurocromo me fue tintando la herida del rojo intenso. Lo mismo hizo con los rasguños de la frente. Nada me dolía. En aquellos momentos mis sentidos solo estaban pendientes del perfume a jazmín que ella desprendía. Empecé a sospechar que el amor de pareja debía ser algo más que atracción física, que era lo que mis hormonas se empeñaban, de forma insistente, en destacar. Deduje por la diferencia de edad de la pareja -unos treinta años – que ese no debía ser el estímulo predominante en su relación. En todo caso lo que formaban los dos era sin duda, una pareja muy peculiar. La diferencia de edad era proporcional a la diferencia de altura. Él rubio y delgadísimo y muy alto;  ella morena, regordeta y más bien bajita, ¿una nórdica morena? –me pregunté.
Mis sensaciones en su casa fue de tranquilidad y sosiego, dentro se respiraba serenidad y tranquilidad - como ahora se dice- buenas vibraciones. El olor del hogar un suave toque ahumado y lácteo.
Una vez aliviado de mis heridas, me llamó la atención la cantidad ingente de fotografías colgadas en las paredes. Gunnar joven en un buque ballenero; Gunnar con uniforme militar; con sombrero, tez morena, rifle y un león abatido a sus pies; con un abrigo polar en el desfiladero de una montaña nevada; montado en  un camello y las pirámides egipcias al fondo. Se podía deducir ante esas fotografías que había recorrido mucho mundo. Y produciendo la natural admiración en un adolescente le pregunté si había algo que le faltara por conocer.  Me respondió: ‘si,  el tesoro oculto que hay en mí’. Mi pregunta lógica fue qué tesoro era ese. En cada persona es distinto y cada persona por sí misma debe saber cuál es –me respondió-.  En aquellos momentos pensé que estaba chiflado.
Me contó también que se había pasado toda su existencia buscando el sentido a la vida. Creyendo que las cosas materiales dan ese sentido: viajes, mujeres, posesiones, dinero, poder, drogas (…)  todas estas son satisfacciones fugaces y temporales.  Salí esa tarde un poco removido de casa de Eva y Gunnar.
Después de ese día hubo muchos otros, muchas tardes y noches hasta la madrugada plagadas de historias y enseñanzas. Gunnar me había inoculado el estigma de los buscadores del tesoro.
Ignoro si llegaron a conseguir su propósito después de dejar el pueblo un año más tarde. Desaparecieron de improviso y no he vuelto a saber de ellos.
Desde entonces yo también busco mi tesoro oculto. Al día de hoy no lo he hallado,  si bien tengo la convicción de encontrarme cada vez más cerca de él. Mi persecución seguirá siendo implacable y obstinada. Desconozco cuándo llegará a su fin. Y al igual que Gunnar obró conmigo; yo te transmito el mensaje. Su búsqueda está en ti.

4 comentarios:

  1. Claro que en cada uno existe un tesoro. Pero es ilocalizable, inalcanzable, incluso utópico por real.
    El tesoro, por real, es uno mismo!!!

    ResponderEliminar
  2. Hola y gracias por tu comentario en mi blog.
    Leo tu entrada-relato y siento que es breve y directo al corazón. Me ha recordado una historia (dentro de un libro en apariencia aburrido) llamado La Buena Suerte.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Tendremos la capacidad de encontrar el tesoro oculto en cada uno de nosotros? Algunos lo logran,creo yo. Madre Teresa, y....?

    ResponderEliminar

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...