EN SU PUNTO

No era el arroz con leche de Hacendado el postre que más le gustaba al teniente retirado en su almuerzo. Hace años su estómago era como una hormigonera, y podía comerse después de almorzar una buena fuente hasta el borde hecha por su abuela. Después de engullirla estaba un buen rato relamiéndose como un gato. Le salivaba la boca nada más recordarlo.
Se encontraba casi inerte en el comedor del asilo en la silla de ruedas viendo las noticias de Canal Sur, con una manta sobre sus rodillas y a expensas de la ayuda de las monjas. Intentaba no molestar demasiado y prefería comérselo sin rechistar aunque estuviera insulso. Cucharada tras cucharada era inevitable conectar con los recuerdos de su juventud. Trataba de imaginar como hubiera sido su vida con Lucía, la hija del carnicero de su barrio. 
No era ya momento de lamentar decisiones pasadas. Todo sería diferente si hubiera llegado a tiempo a la cita con ella antes de su marcha  a la academia de la policía a finales de los años sesenta. La hubiera convencido de que era un buen partido. Sabía que no. Era engañarse, en su fuero interno reconocía que fue un retraso premeditado. Le asustaba la responsabilidad, las ataduras o ¿quizá otra cosa? Siempre quiso saber lo que le motivó a dar la espantada.
Después de un par de años de convivencia conjunta, de haberse contado de cabo a rabo sus vidas, Remigio, su compañero de habitación en el asilo, le asegura con cierto aire de psicoanalista, que hubiera pasado por alto algunos defectillos de la muchacha, pues, aunque era desordenada y mal hablada; descuidada en su aseo personal; algo derrochadora y con un ligero estrabismo en el ojo derecho. Eran inconvenientes sin importancia y perdonables. Todo eso lo hubiera pasado por alto sin dudarlo. Defectos excusables si ella, después de intentarlo varias veces, hubiese logrado el sabor sublime. El "summum" de todos los sabores: darle a su postre preferido el punto exacto de cocción, y el toque preciso de canela y limón que le daba su abuela.