jueves, 24 de noviembre de 2011

LA PRUEBA

La barra del bar no es el lugar más apropiado para solucionar asuntos importantes de la vida y más cuando en el cuerpo, el alcohol se estaciona de forma permanente. Joe Cassano debe solucionar donde esconder a su mujer y su hijo. No lo puede demorar por más tiempo después de las amenazas de Frank Luciano. 
Lleva sin tocar el jabón y el agua de la ducha varios días, la barba raspa como el esparto y el pelo grasiento como el beicon que tanto le gusta desayunar. Le hace recordar los desayunos en casa de sus padres, cuando todos juntos en la mesa, esperaban que bajara su hermano Johnny, este siempre se hacía el remolón, después del cuarto o quinto aviso, bajaba tranquila y pausadamente, como si no fuera con él y decía: ‘otra vez beicon’, un verdadero tocapelotas pensaba que era su hermano. La negra Omayra les servía el café humeante con su grácil cuerpo haciéndose con sus caderas hueco entre los dos hermanos. Cuando Joe tenía oportunidad subía las escaleras detrás de ella para tocarle el culo y levantarle la falda para poder ver sus torneados muslos y las bragas de encaje que usaba. En aquellos días de su juventud toda Omayra le parecía excitante. 
Ahora se encuentra recordando vivencias que le hacen reír y colisionan con estrépito con la realidad en la que se encuentra. Está borracho, debe reaccionar, o en realidad no quiere reaccionar. La misma idea aparece una y otra vez en su cabeza, tiene que buscar un sitio para su mujer y su hijo. Tiene que hacerlos desaparecer…. 
Se desploma al suelo desde el taburete en el que estaba sentado, apoyado en la barra. ‘Joe reacciona muchacho, así no puedes seguir, desde que tu mujer y tu hijo han desaparecido no levantas la cabeza del vaso de güisqui’ escuchó que le decía Alfred, el camarero del Abbey Bar, agitándole el hombro entre la neblina pastosa que puebla su cabeza. ‘Tienes que buscarlos, aún estas a tiempo de encontrarlos vivos’ le volvió a decir. Joe cayó en la cuenta de que era cierto, no era que debía esconderlos debía encontrarlos y debía hacer lo que le decía Alfred, todavía estaba a tiempo. 
En un recuerdo que le rasgó las entrañas, visualizó el momento en el que recibió el paquete en su casa. Se llevó la mano derecha al bolsillo del pantalón donde la tenía guardada, enrollada en un papel, contenía la prueba que le habían enviado para mostrarle que los tenían en su poder. 
Escrito en rojo la dirección adonde debía dirigirse y casi pegados al papel los dedos meniques de la mano derecha de los dos.

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