domingo, 16 de octubre de 2011

¿QUIÉNES SOMOS?



Hace muchos años me casé. Ella, una guapa castaña con el pelo rizado. Su cara redonda al igual que todo su cuerpo. Caderas sin ninguna esquina, culo y pechos generosos; cuánto me gustaba mamarlos. 


Días enteros en la orilla de la playa, los cuatro. Jugando con la arena. Construyendo castillos con los cubos y bañándonos en sus aguas para quitarnos el calor del cuerpo. 
Su risa contagiosa y largos paseos por el parque. Cogida de mi brazo, pisando la hojarasca que poblaba el paseo, las niñas en bicicleta y nuestro pequeño perrito corriendo por delante. 
Las noches de tormenta. La más pequeña - o era la mayor - me llamaba para que durmiera a su lado. Decía que tenía miedo de que entrara el rayo por la ventana y se la llevara lejos con él, al cielo con las nubes y la lluvia, para no volver a vernos jamás. 
Creo haber diseñado edificios y casas en una gran oficina muy amplia y con mucho sol. En una habitación, planos apilados en rollos en una esquina y en la mesa una bolita de mármol blanco que recuerdo haber tenido en mis manos muchas veces. En otro lado, en una habitación pequeña y con el techo muy bajo, el aroma de café recién hecho y su sabor, fuerte con poca azúcar y bollos de leche, muchos bollos de leche. Para el desayuno. ¿O esto era en mi casa? 
Siento ahora, oler el perfume de su cuello y el sabor dulce de su boca cuando me metía dentro de ella, tapados con las blancas sábanas tan suaves en esas mañanas de fin de semana antes que las niñas despertasen, en la que desayunábamos huevos fritos con ajos y pan crujiente mojando las yemas y el aceite frito. ¿O eran churros lo que freíamos? 
No veo a ninguna de ellas por aquí ¿Se habrán olvidado de mí? 
Me lavan, me visten unos extraños, hasta me anudan los cordones de los zapatos que no recuerdo muy bien como se hace. Siempre me sonríen. Pongo resistencia todo lo que puedo, incluso le di un puñetazo al más alto, pero no me quieren dejar marchar. Puede que esta muchacha rubia y guapa que viene a visitarme me conozca, me trae bollos de leche y una bolita de mármol blanco. 
Le dejo que hable y hable, no la entiendo demasiado bien y no la conozco. Si pudiera preguntarle dónde se han ido las tres. Si pudiera saber quiénes son. Si pudiera saber quién soy.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado, y me ha entristecido porque es una imagen tan real y tan conocida...
    El paso del tiempo, la edad, la vejez y la soledad.
    Sentir que lo que durante tantos años, y con tantos desvelos e ilusiones has construido... y que al final no hayan servido para nada.
    Espléndido retrato y documento, amigo...

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  2. Un buen relato realista, te felicito Pepe. Un beso, y te sigo leyendo porque vale la pena :)

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