Sus paseos eran matutinos o
vespertinos, siempre muy temprano casi antes de amanecer o muy entrada la tarde
cuando el sol se había puesto. Andando por calles que sabía estaban menos
transitadas, para no encontrarse con algún “amigo” o “conocido” o “familiar”.
Al girar cualquier esquina comprobaba si a lo largo de la calle había algún
conocido y así poder reaccionar a tiempo volviendo sobre sus pasos, y cuando
era irremediable el encuentro, cruzaba a
la otra acera para hacerlo lo más breve posible, como con prisas.