Había una vez una joven
muy bella que no tenía padres sino madrastra, una encantadora viuda con sus
dos hijas la cual más fea aunque muy hacendosas y poco dadas al chismorreo.
Un día su madrastra
mandó a Caperucienta a que llevase unos pasteles a la casa de su abuelastra que
vivía al otro lado del bosque, recomendándole que tuviera cuidado pues había
gente poco recomendable por allá.
La joven tenía que
atravesar el bosque para llegar a su destino, pero no le daba miedo porque allí
siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, okupas,
gente de botellón...