Como cuando se le ocurrió tocar el sol. Había días que se levantaba antes del amanecer; se dirigía por las llanuras hacia el lugar donde emergía. Corría y corría sin desfallecer pero por más que se esforzaba nunca llegaba a tocarlo. En otras ocasiones empezaba a correr y a correr muy de mañana por los valles hacia el lugar donde sabía se escondía por la noche. Tampoco en estas ocasiones consiguió su objetivo. Otras veces, pensaba que subiendo, cuando estaba nublado, a la montaña más alta conseguiría tocarlo ayudado por las nubes y corría, corría sin respiro y sin descanso, con el mismo resultado.
Pasó el tiempo, y cierto día cayó en la cuenta de que todo había sido una fantasía infantil e inocente. Había crecido y se había hecho mayor; nunca podría tocar el sol.
A pesar de todo no se sintió fracasado por lo que había sucedido. Por el contrario, pensó que sin proponérselo, el esfuerzo empleado no fue en vano, pues se iba a convertir en un “chasqui”; y en el mejor de todos ellos. Amaru, el mensajero más veloz, incansable y tenaz de todo el imperio Inca.